“How to walk with the migrant” – “¿Cómo caminar con el migrante?”
“Cómo caminar con el migrante”
Durante el último mes, he escrito sobre los cinco años más importantes de mi vida como misionero redentorista. Ya era sacerdote durante dieciocho años cuando iniciamos Casa San Alfonso. Con las palabras de P. Enrique López resonandono en mis oídos, Camina con mi gente, necesitaba aprender cómo caminar con los migrantes. Descubrí que no fue difícil y no fue fácil. Eso puede sonar extraño. Mis cohermanos y yo eramos bien educados en doctrina y herramientas pastorales. Éramos predicadores, confesores, ministros de jóvenes y entrenadores. Sin embargo, solo conocíamos las pruebas de los jóvenes como observadores y ministros. Queríamos caminar con ellos, pero teníamos que aprender como hacerlo.
Antes de abrir nuestra casa, tuvimos que convencer a nuestros superiores y a un arzobispo del valor de no hacer nada antes de tomarnos un tiempo para escuchar, observar y aprender sobre los desafíos que los jóvenes experimentaron en el barrio. No fue fácil poner al lado prejuicios y actitudes. La paciencia es una virtud que no me resulta fácil. A medida que los jóvenes me dejaban entrar en sus vidas, muchos conceptos erróneos, miedos y desinformación cayeron en el camino. Comencé a aprender que el respeto y la dignidad eran valorados por los jóvenes, pero que rara vez se les da a las personas “en la lucha”.
Un joven mexicano dijo: “Padre, somos sensibles”. Me dijo que es difícil mantener el respeto por uno mismo y la dignidad cuando se vive en las sombras de la sociedad estadounidense. La soledad y el rechazo hacen que sea difícil recordar por qué vinimos a este país. Es fácil permitir que la frustración y la ira nos endurezcan. La gente no se da cuenta de que el alcohol, las drogas y la violencia son solo síntomas de las luchas de ser un migrante.
Dios, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia.
La plegaría de la Serenidad siempre ha sido una inspiración en mi vida, pero se hizo siempre presente al caminar con los jóvenes migrantes. En Casa San Alfonso había tantas cosas que no podíamos cambiar. No pudimos cambiar el estatus migratorio de los jóvenes. Sabíamos que cada joven tenía su propia historia. Todos tenían necesidades diferentes y necesitábamos saber cuándo podíamos ayudar y cuándo solo podíamos ofrecer apoyo y aliento.
Tomarse el tiempo para escuchar y aprender de los jóvenes no fue una tarea pasiva. Participamos activamente en las celebraciones de fe típicas de las comunidades hispanas. Fuimos a sus partidos de fútbol, bendecimos sus autos, hogares y familias, y enseñamos a quienes buscaban recibir la Primera Eucaristía y la Confirmación. Sin embargo, el trabajo era secundario a aprender, escuchar y acompañar a los jóvenes.
Apreciar la fe, la alegría, las esperanzas y las luchas de los jóvenes no llega en un instante. No me volví más joven caminando con gente joven. No me volví más rebelde caminando con la juventud. Ya lo estaba. Caminar con la juventud me dio un amor, una esperanza y una fe que nunca había tenido. Rara vez escuchamos esas virtudes en ese orden. San Pablo dice que la mayor virtud de todas es el amor. Después de caminar con la juventud, la virtud necesaria es el amor. Con amor podemos apoyar la esperanza y la fe de los necesitados.
“How to walk with the migrant”
For the past month, I have written about the most important five years of my life as a Redemptorist missionary. I had already been a priest for eighteen years when we began Casa San Alfonso. With the words of Fr. Enrique Lopez ringing in my ears, Walk with my people, I needed to learn how to walk with migrants. I found out that it wasn’t hard, and it wasn’t easy. That may sound strange. My confreres and I were well educated in doctrine and pastoral tools. We were preachers, confessors, youth ministers and coaches. Yet, we only knew the trials of young people as observers and ministers. We wanted to walk with them, but we had to learn how.
Before we opened our house, we had to convince our superiors and an archbishop of the value of taking no action before taking time to listen, observe and to learn about the challenges that youth experienced in the barrio. It was not easy to set aside pre-judgements and attitudes. Patience is a virtue that does not come easily for me. As young people let me into their lives, many misconceptions, fears and misinformation fell to the wayside. I began to learn that respect and dignity were valued by youth, but seldom given to people “en la lucha”, in the struggle.
A young Mexican man said, “Padre, somos sensibles.” (We are sensitive) He told me that it is difficult to keep a sense of self respect and dignity when living in the shadows of American society. Loneliness and rejection make it difficult to remember why we came to this country. It is easy to let frustration and anger harden us. People do not realize that alcohol, drugs, and violence are just symptoms of the struggles of being a migrant.
God grant me the serenity to accept the things I cannot change,
the courage to change the things I can,
and the wisdom to know the difference.
The Serenity Prayer has always been an inspiration in my life, but it became ever present in walking with migrant youth. At Casa San Alfonso, there were so many things that we could not change. We could not change the immigration status of our young people. We knew that each young person had his or her own story. They all had different needs, and we needed to know when we could help and when we could only offer support and encouragement.
Taking the time to listen and learn from young people was not a passive assignment. We actively participated in the celebrations of faith typical in Hispanic communities. We went to their soccer games, blessed their cars, homes and families, and taught those seeking to receive First Eucharist and Confirmation. Yet, the work was secondary to learning, listening and accompanying young people.
Appreciating the faith, joy, hopes and struggles of young people does not come in an instant. I did not become younger by walking with young people. I did not become more of a rebel walking with youth. I already was. Walking with youth gave me love, hope and faith that I never had before. We rarely hear those virtues in the order above. St. Paul says that the greatest virtue of all is love. After walking with youth, the necessary virtue is love. With love we can support the hope and faith of those in need.
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Oh Jesús, tú nos llamas: “Síganme”. Bendice, Señor, a todos los que acogen tu llamado. Puede que el camino no sea fácil, pero tenemos la confianza de que todo es posible si caminamos contigo. Que este viaje nos abra los ojos a las maravillas de tu amor por nosotros. Oramos por toda tu gente, por todos los creyentes e incrédulos, por los líderes y seguidores. Oramos por la sanación, el perdón, la compasión, la justicia y la paz. Oramos para que, al seguirte, nosotros también podamos ser pescadores de hombres. Bendícenos en nuestro viaje.
O Jesus, you call us, “Come after me.” Bless, O Lord, all who welcome your call. The path may not be easy, but we have confidence that all things are possible if we walk with you. May this journey, open our eyes to the wonders of your love for us. We pray for all your people, for all believers and unbelievers, for leaders and followers. We pray for healing, for forgiveness, for compassion, for justice, for peace. We pray that as we follow you, we too can be fishers of men. Bless us on our journey.